MIS MOMENTOS ¡LLUVIA A RUEDA!


¡Seguro que en más de una ocasión os ha pillado la lluvia en ruta! A mí más de una vez, a pesar de que siempre consulto el parte meteorológico antes de salir por si acaso.  Aunque ya se sabe que las predicciones del tiempo yerran y la ley de Murphy siempre hace acto de presencia, como  habréis comprobado cuando el viento nunca sopla a favor, y con toda probabilidad el cielo llorará cuando menos nos lo esperamos y es entonces cuando rodaremos con la lluvia.

Pero a pesar de todas las incomodidades que supone mojarse, y el peligro que supone rodar por una superficie mojada, para mí, son días especiales en los que se entremezclan sensaciones dispares como el de la libertad de abrirse paso entra la cortina de agua y la adrenalina que provoca conducir con los cinco sentidos, para no terminar en el suelo en la primera curva. Son momentos impagables que acontecen sin buscarlos y, siempre que no me sorprenda en otoño o en pleno invierno con las bajas temperaturas, disfruto pedaleando.

No lo puedo evitar, montar y rodar en bicicleta es, de los tres deportes del triatlón, mi pasión. Más monto en ella, más me asombra que un mecanismo tan simple formado por una estructura metálica, unos pedales acoplados a una cadena y dos ruedas puede transportarme a cualquier lugar del mundo con tan solo el empuje de mis piernas. ¡Impresionante! ¿Verdad?

Cuando la lluvia me sorprende en ruta, observo con atención como mi rueda delantera levanta y desplaza el agua de la carretera para salpicarme. Es la lluvia a rueda que va calando lentamente en mi cuerpo y, mientras avanzo, noto como mis músculos se contraen, endurecen y las articulaciones se
agarrotan como bisagras sin engrasar, convirtiendo el pedaleo en una auténtica supervivencia a los elementos y los kilómetros. 

La lluvia siempre me obliga a cambiar de actitud en la bicicleta, a ser mucho más respetuosa con el medio donde estoy, a sincronizar mis pedaleadas como si pedalease en el agua.  Sin prisa, con seguridad y suavidad. Debo controlar cada gesto y movimiento que hago encima de ella porque tan solo dos ruedas de 25mm de ancho me mantienen en contacto con el asfalto mojado. 

Una lluvia a rueda por delante y por detrás que no da tregua, que empaña las gafas cuando respiro y cubriéndose de finas gotas como si de un fino tul de seda se tratara. No veo con claridad, debo ajustar mi visión mientras percibo más que nunca, que debo tomar conciencia de las normas que rigen la conducción con lluvia de por medio si quiero regresar a casa entera. 

Es mi lluvia a rueda, la que me hace sentir viva, frágil y fuerte a la vez, la que me hace soñar recorriendo algún día kilómetros alrededor del mundo sin fecha para finalizar. La que seguro me encontraré en mi vuelta al mundo.



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